miércoles, 12 de noviembre de 2008

Hay Un Niño En La Calle



A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle.

Le digo amor, me digo, recuerdo que yo andaba

con las primeras luces de mi sangre, vendiendo

una oscura vergüenza, la historia, el tiempo,

diarios,

porque es cuando recuerdo también las presidencias,

urgentes abogados, conservadores, asco,

cuando subo a la vida juntando la inocencia,

mi niñez triturada por escasos centavos,

por la cantidad mínima de pagar la estadía

como un vagón de carga

y saber que a esta hora mi madre está esperando,

quiero decir, la madre dl niño innumerable

que sale y nos pregunta con su rostro de madre:

qué han hecho de la vida,

dónde pondré la sangre,

qué haré con mi semilla si hay un niño en la calle.


Es honra de los hombres proteger lo que crece,

cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,

evitar que naufrague su corazón de barco,

su increíble aventura de pan y chocolate,

transitar sus países de bandidos y tesoros

poniéndole una estrella en el sitio del hombre,

de otro modo es inútil ensayar en la tierra

la alegría y el canto,

de otro modo es absurdo

porque de nada vale si hay un niño en la calle.


Dónde andarán los niños que venían conmigo

ganándose la vida por los cuatro costados,

porque en este camino de lo hostil ferozmente

cayó el Toto de frente con su poquita sangre,

con sus ropas de fe, su dolor a pedazos

y ahora necesito saber cuáles sonríen,

mi canción necesita saber si se han salvado,

porque sino es inútil mi juventud de música

y ha de dolerme mucho la primavera este año.


Importan dos maneras de concebir el mundo.

Una, salvarse solo,

arrojar ciegamente los demás de la balsa

y la otra,

un destino de salvarse con todos,

comprometer la vida hasta el último náufrago,

no dormir esta noche si hay un niño en la calle.


Exactamente ahora, si llueve en las ciudades,

si desciende la niebla como un sapo del aire

y el viento no es ninguna canción en las ventanas,

no debe andar el mundo con el amor descalzo

enarbolando un diario como una ala en la mano,

trepándose a los trenes, canjeándonos la risa,

golpeándose el pecho con un ala cansada,

no debe andar la vida, recién nacida, a precio,

la niñez, arriesgada a una estrecha ganancia,

porque entonces las manos son dos fardos inútiles

y el corazón, apenas una mala palabra.


Cuando uno anda en los pueblos del país

o va en trenes por su geografía de silencio,

la patria

sale a mirar al hombre con los niños desnudos

y a preguntar qué fecha corresponde a su hambre

qué historia les concierne,

qué lugar en el mapa,

porque uno Norte adentro y Sur adentro encuentra

la espalda escandalosa de las grandes ciudades

nutriéndose de trigo, vides, cañaverales

donde el azúcar sube como un junco del aire,

uno encuentra la gente, los jornales escasos,

una sorda tarea de madres con horarios

y padres silenciosos molidos en las fábricas,

hay días que uno andando de madrugada encuentra

la intemperie dormida con un niño en los brazos.


Y uno recuerda nombres, anécdotas, señores

que en París han bebido

por la antigua belleza de Dios, sobre la balsa

en donde han sorprendido la soledad de frente

y la índole triste del hombre solitario,

en tanto, sus señoras tienen angustia y cambian

de amantes esta noche, de médico esta tarde,

porque el tedio que llevan ya no cabe en el mundo

y ellos son accionistas de los niños descalzos.


Ellos han olvidado

que hay un niño en la calle,

que hay millones de niños

que viven en la calle

y multitud de niños

que crecen en la calle.


A esta hora exactamente,

hay un niño creciendo.


Yo lo veo apretando su corazón pequeño,

mirándonos a todos con sus ojos de fábula,

viene, sube hacia el hombre acumulando cosas,

un relámpago trunco le cruza la mirada,

porque nadie protege esa vida que crece

y el amor se ha perdido

como un niño en la calle...

De:Armando Tejada Gómez
En:Antología De Juan
Del:'58





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