viernes, 18 de enero de 2008

Fragmentos de un discurso amoroso


Hay una escenografía de la espera: la organizo, la manipulo, destaco un trozo de tiempo en que voy a imitar la pérdida del objeto amado y provocar todos los afectos de un pequeño duelo, lo cual se representa, por lo tanto, como una pieza del teatro.
La espera es un encantamiento: recibí la orden de no moverme. La espera de una llamada telefónica se teje así de interdicciones minúsculas, al infinito, hasta lo inconfesable: me privo de salir de la pieza, de ir al lavabo, de hablar por teléfono incluso; sufro si me telefonean; me enloquece pensar que a tal hora cercana será necesario que yo salga, arriesgándome así a perder el llamado. Todas estas diversiones que me solicitan serían momentos perdidos para la espera, impurezas de la angustia. Puesto que la angustia de la espera, en su pureza, quiere que yo me quede sentado en un sillón al alcance del teléfono, sin hacer nada.
El ser que espero no es real. El otro viene allí donde yo lo espero, allí donde yo lo he creado ya. Y si no viene lo alucino: la espera es un delirio.
Lo obsceno del amor

OBSCENO. Desacreditada por la opinión moderna, la sentimentalidad del amor debe ser asumida por el sujeto amoroso como una fuerte transgresión, que lo deja solo y expuesto; por una inversión de valores, es pues esta sentimentalidad lo que constituye hoy lo obsceno del amor.

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Di con un intelectual enamorado: para él, “asumir” (no reprimir) la extrema tontería, la tontería desnuda de su discurso, es lo mismo que para el sujeto batailleano desnudarse en un lugar público: es la forma necesaria de lo imposible y lo soberano: una abyección tal que ningún otro discurso de la transgresión puede recuperarla y que se expone sin protección al moralismo de la antimoral. De ahí que juzgue a sus contemporáneos como otros tantos inocentes: lo son los que censuran la sentimentalidad amorosa en nombre de una nueva moral: “El sello distintivo de las almas modernas no es la mentira sino la inocencia, encarnada en el moralismo falso. Hacer en todas partes el descubrimiento de esta inocencia –es tal vez el aspecto más repulsivo de nuestro trabajo.” (NIETZSCHE, La généalogie de la morale, 208).

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En la vida amorosa, la trama de los incidentes es de una increíble futilidad, y esta futilidad, unida a la mayor formalidad, es sin duda inconveniente. Cuando imagino suicidarme por una llamada telefónica que no llega, se produce una obscenidad tan grande como cuando, en Sade, el papa sodomiza a un pavo. Pero la obscenidad sentimental es menos extraña, y eso es lo que la hace más abyecta; nada puede superar el inconveniente de un sujeto que se hunde porque su otro adopta un aire ausente, mientras existen todavía tantos hombres en el mundo que mueren de hambre, mientras tantos pueblos luchan duramente por su liberación, etc. ".

La carga moral decidida por la sociedad para todas las transgresiones golpea todavía más hoy la pasión que el sexo. Todo el mundo comprenderá que X... tenga “enormes problemas” con su sexualidad; pero nadie se interesará en los que Y... pueda tener con su sentimentalidad: el amor es obsceno en que precisamente pone los sentimental en el lugar de lo sexual. Ese “viejo nene sentimental” (Fourier) que moriría bruscamente en estado amoroso, parecería tan obsceno como el presidente Félix Faure atacado de congestión al lado de su amante. (Nous deux –la revista- es más obscena que Sade.)
Fragmentos de un discurso amoroso,
Roland Barthes, Siglo XXI


El discurso amoroso es el discurso de un alguien que habla en sí mismo, amorosamente, frente a otro (el objeto amado), que no habla. Es una suerte de monólogo donde una persona cuenta sus vicisitudes afectivas respecto del objeto amado.
Los métodos apropiados para estudiar el discurso amoroso son el método dramático (que reemplaza a la descripción), y el retrato estructural (que reemplaza al retrato psicológico). No se trata de hacer una descripción o un comentario del discurso amoroso, es decir, no se trata de usar un meta-lenguaje que hable de otro lenguaje, en este caso, el amoroso, sino de mostrar en el discurso mismo el planteo y desarrollo del drama amoroso, la puesta en escena: se ha sustituido, pues, la descripción del discurso amoroso por su simulación, y se le ha restituido a este discurso su persona fundamental que es el yo, de manera de poner en escena una enunciación y no un análisis. Se restituye la persona del yo porque cuando hago una descripción del discurso amoroso me refiero al sujeto con la tercera persona (-el-).
Dentro de este contexto dramático se busca un cuadro estructural, no psicológico, porque sitúa el sujeto hablante en el contexto del texto amoroso, lo muestra como parte de un todo que está estructurado.
A grandes rasgos, tres características encontramos en el discurso amoroso: es solitario, dinámico y desordenado. El discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Tal vez hablado por miles de personas, está completamente abandonado por los lenguajes circundantes y separado del poder (ciencia, etc). Arrastrado a la deriva de lo inactual, alejado fuera de toda gregariedad, queda reducido a una mera afirmación, como por ejemplo la afirmación adorable!. Al no conseguir nombrar la singularidad de su deseo por el ser amado, el sujeto amoroso desemboca en esta palabra un poco tonta: adorable!.
El discurso amoroso se compone de retazos llamados figuras que le confieren movilidad, dinamismo, coreografía, con lo que podría decirse que el discurso amoroso es una suerte de gimnasia. En efecto, en él aparecen idas y venidas, intrigas, andanzas, corridas interminables. Es un discurso que no existe jamás sino por arrebatos de lenguaje, que le sobrevienen al capricho de circunstancias ínfimas, aleatorias. Poco importa, en el fondo, que la dispersión del texto sea rica aquí y pobre allá; hay tiempos muertos, muchas figuras se interrumpen de pronto, etc. Por ejemplo, si hay una figura angustia es porque el sujeto exclama a veces, sin preocuparse del significado clínico de la palabra estoy angustiado!El discurso amoroso finalmente, es desordenado. A todo lo largo de la vida amorosa las figuras surgen en la cabeza del sujeto amoroso sin ningún orden, puesto que dependen en cada caso de un azar (interior y exterior). En cada uno de esos incidentes (lo que le cae encima), el enamorado extrae de su reserva de figuras, según las necesidades, las exhortaciones o los placeres de su imaginario. Cada figura estalla, vibra sola como un sonido separado de toda melodía o se repite, hasta la saciedad, como el motivo de una música dominante. Ninguna lógica liga las figuras ni determina su contigüidad: las figuras están fuera de todo sintagma, de todo relato. El enamorado habla por paquetes de frases, pero no integra esas frases a un nivel superior, en una obra; no hay un fin ni un desarrollo previo, no hay un sentido como podría haberlo por ejemplo cuando digo estaba loco, estoy curado o el amor es un señuelo del que será necesario desconfiar en adelante, etc. El discurso amoroso no es una filosofía del amor: es una mera afirmación del amor.

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