sábado, 19 de abril de 2008

Textual : Orlando Barone

Mario Pergolini tiene razón en haber parodiado en su programa al bailarín ciego de “Bailando por un sueño”. Tiene razón porque está en su naturaleza no poder ver más que el lado burlón de la vida. La de los otros: no la de él mismo. Es adicto a la chacota del pícaro de barrio, aunque sea barrio norte. El Inadi- a quien han recurrido algunas organizaciones para acusarlo- debería contemplar esta naturaleza “natural” del acusado como se contempla en un tribunal si un inconsciente es inimputable. O si en este caso lo mejor es someterlo a un control terapéutico. O a un desenmascaramiento. Pergolini no parece ser de quienes arriesgarían el rating a costa de dosificar su canibalismo. Esto le cabe también a Tinelli, aunque en este caso Tinelli es el caricaturizado indirecto. Hoy Pergolini, como tantas invenciones de nosotros- del público- es una consecuencia desbordada de su modelo original juvenil de hace casi dos décadas. Ya convertido en un progresivo monstruo popular, o en un boludo travieso, o en un modelo riente de ideología múltiple, o en un argentino adulto exitoso, se hizo el piola. Y se apioló a costa de Serafín Zubiri el bailarín español ciego que actuó en Show Match. Muchos en sus casas y ante el televisor viendo “Caiga quien caiga” deben de haber festejado la gracia en familia. Pero a ellos no los ve el Inadi: son discriminadores privados no públicos. Su coartada es el anonimato. La interpretación de Pergolini acerca de la participación de un ciego en un baile tiene una vuelta de tuerca. O de tuerquita. Plantea que quien se está burlando de la situación del ciego no sería él sino quien lo contrata: Tinelli. Entonces el culpable, el burlador sería el otro, que eligió para un show de entretnimiento a una persona que no ve: discapacitada. Pergolini ha cometido una brutalidad intelectual: no la de hacerse el canchero- que está dentro de sus discapacidades por las que se fue haciendo rico- sino por suponer que un ciego no se autodetermina. Que no elige, que no piensa. Que no desea tener éxito: que es un ser en letargo biológico. Y éste- no aquél- es el argumento que más lo delata en su desacierto. Es una perfecta coincidencia el choque entre dos meteoritos de la televisión -Pergolini y Tinelli- que resumen cierta parte ingrata y festiva de nuestro inconsciente colectivo. Esa parte que nos permite reírnos, sin arriesgarnos, de quienes se burlan de otros a cualquier costa. Que nos tienta a relajarnos a carcajadas de nuestra crueldad delegándola en un pícaro más temerario y audaz que nosotros.

Serafín Zubiri debe de estar pensando que no ver ciertas cosas , es después de todo un privilegio. La Argentina tiene dones mejores, que él podrá disfrutar aunque no vea. Además gracias a Pergolini ahora todos- hasta los que discriminan- se han dulcificado. En una de esas viene la moda de querer a los ciegos.

En mi caso no hace falta: mi madre era ciega.



La naturaleza del “monstruo” y la del ciego
04/17/2008 - 12:41:00
Autor: Orlando Barone






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